lectura de aeropuerto


Ayer soñé contigo.

Es tal vez una de las frases más cliché del universo. Me disculpo si no quieres seguir leyendo este texto. Pero soñé contigo. Me desperté a tender las camas, los colchones ya estaban secos, las alfombras todavía húmedas, la persiana no sube, ¿hace cuánto se rompió? Una moto pasó muy rápido y el amanecer me sorprendió asustada y extrañándote. Estaba sola. Todavía no había soñado contigo, pero te estuve pensando toda la noche anterior, no hace falta la terapia para saber del sueño autoinducido. Ese momento en el que uno le da una señal al cerebro para que active una realidad imposible. 


Soñé que estabas mirando los libros de una biblioteca increíble en una casa en la costa, era una fiesta, o un velorio o las dos cosas. Unas flores en un piano embalado.

Pero antes de eso, yo había tomado un tren, salí del conurbano bonaerense, caminé sin rumbo hasta perderme en los suburbios londinenses, y la campera transpiraba, porque era verano, pero de pronto invierno. Septiembre siempre enigmático y fugaz.


Finalmente di con el tren que necesitaba tomar a la costa, encontré entre miles de cachivaches, la tarjeta que habilitaba el molinete, el teléfono sin señal, sin batería, sin datos, un discman sin pilas…. El GPS es mi propia necesidad. Me encontré en una costa que era el sur de Inglaterra y el este de la Argentina. Son bastante parecidas, las iguala la inclemencia contra el bañista, son para contemplar, no les gusta el abrazo. Playas bañadas por un mar que no te quiere. Yo te quiero. Y viajé en ese overlap de realidades, sueños y fronteras para encontrarte mirando los libros de esa biblioteca que podría ser mía y podría ser tuya, pero era de alguien más, y no sé todavía si es una fiesta o es un velorio y quisiera tatuarme el momento en el que me viste y me abrazaste y se acabó la angustia de buscarte. 

Abrazos eternos que nos gustan, recurrentes en mis sueños, donde no hay vampiros, ni colmillos, donde el tiempo se detiene para siempre. 


La mañana que quiere borrar todas las letras y me obliga a escribir más rápido, el tren que finalmente encontré, con todos sus olores y sonidos y las miradas anónimas que son cómplices de la necesidad de encontrarnos. La moto, el estruendo del arrancón, las camas recién tendidas, la presencia de tu ausencia en cada átomo de este lugar.



 

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