Milonga
A primera impresión, a una extranjera de origen mexicano, la palabra “milonga” le suena a albur; a doble sentido. En realidad en mi país es una palabra que no se usa; creo que ni siquiera se sabe que es de origen africano, probablemente porque la inmigración africana en México es poco significativa a comparación de otras partes de América – digamos EUA y Sudamérica. Así pues, cuando llegué a Buenos Aires en el 2006, la milonga me sorprendió como vocablo de la cotidianeidad musical y cultural de la ciudad “ella baila en una milonga,” “vamos a la milonga,” “el clima del tango que quedó impregnado de la milonga” etcétera; después me sorprendería de otras maneras (visual y auditivamente), cuando tuviera la oportunidad de colarme en una.
Pero para ir a la milonga hay que vivir en Buenos Aires, si no parece que la milonga se esconde de los turistas. Por lo menos en mi caso, mi contacto con el tango como turista se reducía a pasear por las calles de san Telmo, tarareando algún tema de Gardel (me sé pocos) o entrar a una boutique de Palermo Soho donde los oídos son saturados con lo lounge de Gotan Project, que por aquellos tiempos también sonaba en los centros nocturnos y bares de la capital mexicana.
bailan Elina Ruiz y Tate di Chiazza |
¿Qué contradicción, no? Por un lado el estereotipo alrededor de la música de Gardel, se asemeja a algo clásico, como de pecera congelada. Y la sensación del tango electrónico es como de evolución forzada; como que hoy en día todo es electrónico: los celulares, los microondas, los autos y la música. Entonces uno se cuestiona ¿esto es sólo así, el tango es un ejercicio bilateral de clásico y electrónico? Me quedaba la percepción de que en medio de este penduleo debía haber algo. Pero ¿qué? Un par de meses bastaron para que comenzaran las dudas sobre lo que –a mi juicio- era realmente el tango.
Comentarios
Semi, está super interesante eso de la milonga en Baja. Habrá que incorporarlo al ensayo. xx