Roberto Bañuelas
con las primeras luces de la mañana, se escuchaban los primeros acordes, nada muy acrobático, solo algo para calentar los músculos de la garganta y despertar a todos los chicos de la privada.
a medio día, a la vuelta del colegio, se escuchaban unos potentes trinos, unas escalas que iban para todos lados, alumnos que entraban y salían… todas las voces del mundo.
a la tarde una caminata religiosa a la plaza y regar los rosales con su Hortensia.
siempre un “buenos días niña” o “buenas tardes niña.” Hacía que la palabra niña sonara a otra época, con esa voz grave y musical.
los fines de semana, eran los mejores, porque eran para él y ella. y cantaban juntos y se escuchaba la mejor ópera del mundo en un pequeño barrio al sur de la ciudad de México.
una mañana, fui a tocar su puerta y le dije: a mi me gusta cantar, pero nunca tomé una clase. Me invitó a pasar, me paró frente al piano, tocó una escala y me dijo: canta esto. y yo lo intenté.
cerró el piano, respiró y me miró con dulzura: tienes una muy linda voz, igual que tu madre, bien de mezzo, no hay muchas voces así, deberías educarla.
a lo largo de los años me dio algunas clases, muchos consejos, me dejaba entrar a leer sus libros a la biblioteca. me contaba del Quijote, me cantaba del Quijote.
hace poco lo vi, muy viejito, caminando despacito, con la misma parsimonia y elegancia de siempre, hacia el parque.
y esa fue la última vez.
Comentarios