diálogos efímeros VII

- ¡Sergio!
- ¿Qué quieres mamá?
- Ya salte del mar, te vas a quedar salado
- Al ratito.
(Minutos después Sergio sale del agua)
- Blacamaaaaaaaaaaaaan. Mira nada más qué pelos traes.
(Risas de la concurrencia)
- Ya estoy aquí, ¿ahora qué quieres?
- Hueles bien raro.
- ¿Será que el agua está cochina?
- No, es tu perfume corriente que no se quita ni remojándote en suavizante de ropa. Vete de aquí y ayúdale a tu hermano a tender su cama.

- Ay Petunia, me acuerdo de tu cara pero no sé de dónde.
- Tampoco yo lo sé señora.
- Bueno, seguro es porque te pareces a todas las demás sirvientas... mejor te voy a decir María, ya que todas las mujeres se llaman así.
(Carcajadas de la concurrencia)
- Anda María, no te quedes ahí con cara de idiota... luego no la vas a poder quitar, anda, ve y tráeme un refresquito porque el calor está infernal.
- Si señora Imelda.

- No te digo Susanita... es difícil conseguir servicio en estos días.
- Me imagino Imelda, más con tu carácter.
- Si ya sé, soy una persona exigente.
- Yo diría intolerable.
- Y tú, insolente; nadie preguntó tus opiniones... Pero bueno, por lo menos María ha aguantado, sino no tendría con quien dejar a Blacamán.
- Yo no tuve con quien dejar a mis hijos.
- ¿Y de qué te preocupas? Ese par de mugrosos le harían un favor al mundo si se mataran el uno al otro.

- Lester, creo que debes de dejar de imitar a tu tía Imelda.
- ¿Por qué lo dices mijita?
- Porque el día que la conozca seguro no va a ser ni la mitad de genial de lo que eres tú arremedándola.

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