Después de las medianeras
Siete combinaciones de tarjetas de crédito, pasándonos una parte por mensaje, otra por mail, otra por llamada, como si las máquinas no tuvieran control de toda nuestra información. Finalmente lo logré… a medias... compré el pasaje que faltaba, pero me falta resolver muchas cosas y pienso si los logros a medias no son fracasos potenciado: La clave ciudad para la licencia que no pude reponer, el excel para unos impuestos que no son los míos, el boleto de avión para pasar navidad con mamá.
Una semana para comprar pasajes, buscar hospedaje, hacer planes… todos se emocionan, mis fobias se despiertan, los chats de la familia se vuelven a activar. Nos alcanzará la vida para volver a encontrarnos? Volver a meter la existencia en una valija y desaparecer.
La casa de mi hermana es una antigua casa inglesa que cruje, que tiene más objetos que espacio, más recuerdos que seres vivos. Hacia allá vamos, a poblar el invierno con nuestras nostalgias, nuestra alegría desbordada, la tristeza que da comprobar, cómo nos dispersamos por el mundo para ver crecer a los hijos de nuestros hermanos por tv.
Hay un archivo con fotos de ayer que no termina de bajar. Me pregunto si descargarlo y mirarlo todo va a disipar el sentimiento de extrañeza, la nostalgia, el corazón roto. Las canciones que cantaba mamá cuando íbamos caminando los domingos a la iglesia. Alguien me invitó a un cumpleaños, yo solo quiero quedarme mirando el fondo del jardín y llorar.
Ayer, antes de que el domingo me abrazara con todo su silencio, escribí un mail de madrugada: escribamos una canción juntos, grabemos unas guitarras así, hagamos esto y aquello… no dejemos de hacer. Mientras escribía, sentada en una esquina de un baño a oscuras, pensaba que, cuando deje de hacer, voy a tener que desaparecer… otra vez. Un mensaje de socorro en una botella que navega a la deriva en la internet.
Los domingos llegan fotos de terrazas soleadas en Seattle, luna llena en Chicago, tapas en Madrid. Promesas para volvernos a encontrar, “te acuerdas cuando?” todos mis grandes amigos están tan lejos. un chaparrón en el Deefe, ya nadie le dice Deefe a CDMX, sólo los nostálgicos.
Odio los domingos. En especial los que son soleados y anticipan un doble domingo porque mañana es feriado. Toda esta gente a mi alrededor prendiendo fuegos, disfrutando el sol, jugando afuera. Después de las medianeras las familias que se encuentran. El perro lo sabe, me pone la pata insistentemente en el regazo, como para que no llore mientras typeo, porque sabe que me equivoco y escribo cualquier cosa.
El perro que se iba a morir y no se murió.
El perro que sí se murió, está enterrado en el jardín de la casa donde nací.
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