Esa noche se cenaba...


Dicen los peones, que por el pasillo largo que va de la cocina al comedor principal de la hacienda, hay una energía, algo que no se puede explicar, que te dan chuchos cuando pasas por ahí...


Mi amiga, una de las güeras, dice que son historias de espantos que cuentan para que los chiquillos no se metan en la despensa. Su hermana dice que son solo cuentos que se cuentan en la fogata entre los adolescentes para irse a dormir con miedo.

 

Un día de verano, cuando todos dormían la siesta, entré buscando algo, buscaba a mi amiga, buscaba un pan dulce, buscaba algo de adrenalina. El pasillo se iluminaba tímidamente a través de una secuencia de rosetones, que difuminaban una estela de rayos celestiales hacia el piso de barro. Y a la par de aquellas pequeñas ventanas, se intercalaban unos bajorrelieves de viejitos que te miraban fijamente mientras caminabas, así que había que caminar rápido, para que no te miraran tanto. Cerca del final, un tragaluz al cielo inexplicable, salvo que por ahí era por donde se colaba el chiflete del más allá. Te corría un escalofrío de los pies a la cabeza, y en cada uno de los poros en su estado máximo sucedía lo que por mis pagos se conoce como piel de gallina.

 

Doña Chona dice que era una de las niñas que se ahogó en el pozo, Don Eulalio, el de la tranquera, dice que era un hombre que se había colgado de un ahuehuete al fondo del campo, Lulu contaba la versión más fea: donde un borrego se había degollado, luego de correr enfurecido a una horda de chamacos, todavía se escuchaba su galope y los berridos al fondo del corral.

 

Esa noche se cenaba barbacoa…. Nadie vino a la mesa


Vanessa Alanís

@diminui

2022



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#EjerciciosDeEscrituraCreativa de Alberto Chimal Describe el escenario, aún vacío, de una historia de terror.

(Pintura: “La hora de las brujas” de Andrew Wyeth, 1977)


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