se informa que los materialistas no somos, como se piensa normalmente, camiones de carga.



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“Hay acuerdo general en que el movimiento explotó el 26 de julio de 68, pero como siempre en la historia real, los que lo explotamos no sabíamos entonces lo que se estaba explotando (...) Cuando la manifestación dio curva para entrar en La Alameda, oímos a lo lejos los coros de otros gritos. Fuera porque Santiago y yo teníamos madera de nueva izquierda, porque éramos menos ortodoxos que la mayoría, fuera porque él era hijo de psicólogo y yo de periodista, dejamos nuestra manifestación, cuyo final en soñolientos discursos parecía previsible, y nos lanzamos de mirones. Caminamos una docena de cuadras con los ticos siguiéndonos. De repente estábamos metidos en una marcha de estudiantes politécnicos que protestaban contra las porras y las agresiones de bandas juveniles, avanzando hacia el Zócalo y echando mierda contra la FNET, la organización de control estudiantil que el gobierno tenía en el Poli. Parecían más festivos y bastante menos serios que nosotros. Parecían más genuinamente encabronados. Parecían más inocentes.
De repente las cortinas metálicas de los comercios comenzaron a cerrarse. En la vanguardia sonaron gritos, el paf, paf, de las explosiones de las bombas de gas. Segundos después estábamos rodeados de granaderos que no pedían que nos disolviéramos, sino que se dedicaban a apalearnos, aprovechando que habíamos quedado atrapados en las estrecheces de la calle Palma. Las puertas se cerraban. Recuerdo con claridad la sangre corriendo por la frente de alguien que venía a mi lado, los zapatos que se perdían cuando la gente corría sin espacio, tratando de salir de la primera fila. La sensación de que nunca se podría huir de allí sin ser apaleado. Los granaderos se acercaban. La multitud se compactaba, gritos y jadeos, algunos golpes en las cabezas dados sin misericordia, con odio. La sensación de que no había salida y que el apaleamiento sería interminable llevó al pánico. Uno de los ticos trató de sacar una pistola, Santiago y yo se lo impedimos. Si disparaba nos masacraban. Los granaderos no sólo traían macanas, también fusiles. La fila de granaderos se acercaba, nuevos cuerpos caían al suelo sangrando. Un accidente. Se abre un hueco en la valla azul. Corremos en la huída feliz, hasta ser atrapados nuevamente por tres o cuatro policías en un estacionamiento. El acto heroico de Santiago, quien se lanzó sobre un granadero que estaba a punto de desnucar a un chavito de una vocacional de un macanazo y rodó por el suelo abrazando al policía. Una llegada a prepa 3 donde interrumpimos la sesión de cineclub, para informar que allá en la calle los policías se habían vuelto locos. El gobierno represivo de Díaz Ordaz... La certeza de que algo estaba pasando, las imágenes que se fijaban de una manera terca en la retina para pasar a la memoria. Terminar la noche juntos. La visita a la casa de una amiga que acababa de tener un hijo. Las noticias de que también la manifestación del 26 de julio había sido reprimida con gases y macanas. ¿Se habían vuelto locos de verdad?
No era la primera vez que nos apaleaban. Era una de las insanas costumbres del estado mexicano, meterle palo de vez en cuando a los estudiantes, para que supieran quién mandaba. Los granaderos habían asaltado el año anterior la voca 7, y la manifestación por Vietnam del 65 había sido disuelta a palos con un saldo de 50 heridos. Yo uno de ellos. Me había costado una herida sobre la ceja izquierda de siete centímetros en arco. Un policía de civil me había zumbado con un periódico enrollado dentro del cual traía una varilla. En Sonora el año anterior había entrado el ejército, y pesaban sobre todos nosotros los acontecimientos de dos años antes en la universidad de Morelia. Pero ahora, ¿qué se traían?
Terminamos el día en un bautizo, con dificultades para hacer el resumen, felicitándonos por estar completos, luciendo los raspones, el miedo ya fugado.”
PIT II
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Planeta Ed.

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