luna madre de estrellas
En un principio creó Dios los cielos, un lugar lleno de la más poderosa magia, del más increíble fulgor y era el poseedor del único y encantador toque del Creador capaz de dar sensibilidad a todo aquello que en los cielos pudiera Él crear. Los cielos eran un lugar sin principio ni fin, un lugar en donde se daría paso a la más bella historia que jamás se hubiera podido contar, la historia madre de las demás historias contadas a través de la eternidad, la historia que tiene un específico motivo de ser; la historia de la vida. Pero los cielos estaban desordenados y vacíos, y Tinieblas estaba sobre la faz del abismo, y Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz y la llamó Día, el cual estaría encargado de dar claridad a los cielos, de hacer que Tinieblas tuviera un papel más importante que el de simplemente llenar el espacio con obscuridad, Día sería el único con poder para demostrar la belleza de la creación de el Todopoderoso.
Dios vio que la luz era buena y la separó de Tinieblas. Luego Dios dio un hijo a Día para que fuera la lumbrera mayor que señorease en la luz y lo llamaron Sol. Era hermoso, su presencia demostraba poder y autoridad, y brillaba tanto que Día pensó que se quedaría ciego al admirarlo, además, Sol tendría la obligación de permanecer siempre cerca de su padre y por eso fue que se le creó un pequeño espacio dentro de la inmensidad de Día para que alumbrase su brillante claridad. Sin embargo, Sol y Tinieblas andaban de un lado para otro; siempre persiguiéndose, en una sucesión de luz y obscuridad que podía volver loco a Dios, entonces decidió crear el tiempo que diera lugar a las estaciones, los día y los años. Y así fue como Sol y Tinieblas se enamoraron y decidieron girar en un movimiento cíclico por toda la eternidad, pero a Sol le preocupaba el hecho de no tener descendencia, de no tener a nadie para que sintiera su calor paternal y entonces Dios decidió darles, a Sol y Tinieblas, nueve hijos, y los llamaron de diversas maneras según su forma y sus características particulares.
Al nacer la segunda hija de Sol, fue llamada Venus por su hermosura y encanto, pero tenía un carácter insoportable y era insólito verla sonreír, sus ojos reflejaban cierta malicia codiciosa de todo aquello “digno de ella” y un infinito deseo de comprender todo cuanto le rodeaba, además de un inmenso anhelo de Poder que bien era sabido imposible porque eso estaba reservado única y exclusivamente al creador. Sol trató de corregir a su hija pero Venus creció y se convirtió en un astro egoísta y ambicioso; era un caso perdido. Más al tener Sol a su tercer hija, que fue su consentida desde el momento que el Creador la concibió, no le importó dejar en descuido a sus demás hijos. Decidió llamarla Tierra, que era la prueba más obvia del amor desenfrenado que sentía por Tinieblas, y la llamó así por su color bronceado terracota que era producto del calor de su padre; y Dios vio que era buena y le concedió el don de ser la única hija de Sol capaz de dar vida propia, y le concedió el don de poseer en ella cuanto quisiera, además le dotó con la gracia y belleza de una diosa: le dio unos ojos tan azules como las aguas y le vistió de un verde tan hermoso como las plantas y le ordenó que girase por siempre alrededor de su padre en señal de gratitud por su calor y su amor. Pero Tierra, siendo buena y hermosa, tenía un pequeño e insignificante defecto, ella temía a la obscuridad de su madre Tinieblas pero no porque ella le diese miedo, sino porque en ese período que su padre no la alumbraba, Tierra no podía ver al Creador y eso la desesperaba, la llenaba de angustia y sentía que podría no volver a ver a su padre Sol, pero lo que más le aterraba era el hecho de quedarse sola tanto tiempo.
Más Dios, el fundador de todo aquello que ahora contemplaba desde un no muy lejano lugar, que era sabio y consentidor con sus figuras celestiales, le concedió a Tierra su deseo de no permanecer más tiempo sola y por eso le otorgó a una niña preciosa, una niña incluso más bella que su madre Tierra, una niña que deslumbraba por sus destellos de plata y su murmullo era como el susurro suave de la seda, su luz blanca y fría como la nieve, acompañaría a Tierra por las noches cuando ella no pudiera dormir y sintiera la ausencia de su padre Sol, pero la hermosa niña no podría permanecer por siempre al lado de su madre porque su labor en la Creación sería la de señorear (al igual que su abuelo Sol) como lumbrera menor, la negra obscuridad de la abuela Tinieblas. Y Dios vio que era buena y la llamó Luna. Tierra amó a su hija como no lo hiciera nunca con sus padres, era un amor especial y era correspondido por la niña, aunque ésta lloraba por no poder quedarse con su madre todo el día y en vez tener que acompañar a la sabia abuela por un recorrido celestial. Y lloraba lágrimas tan brillantes como sus destellos plateados y aquellas lágrimas se veían extremadamente luminosas al caer sobre el regazo de Tierra y a Dios este asombrador acontecimiento lo conmovió, por lo que decidió llamar a las lucecillas en forma de lágrimas con el nombre de estrellas y dejó que Luna (siempre en completa vigilancia de Tinieblas) permaneciese todo el tiempo girando alrededor de su madre para que no volvieran a sufrir. Y a Tierra le encantó la idea y giraba de gusto al ver lo bueno que había sido el Padre de los cielos con todos ellos, al ver que había dado gusto a todos sus deseos y de que todos se movieran en un perfectísimo ciclo de gozo y belleza.
Tierra era sin embargo, la más bella de todos los hijos de Sol y por eso era envidiada por algunos de sus hermanos más próximos como Marte y Venus que trataban de agradarle de igual forma a su padres Sol y Tinieblas y sobre todo al Creador; pero no lo conseguían, sobre todo, anhelaban tener descendencia al igual que Tierra, y Dios tratando de complacerlos a todos, les ofreció un regalo a cada uno para demostrar su amor equitativo: A Marte dos hijos, Fobos y Deimos, que resultaron ser un par de desgraciados con su padre y a Venus le obsequió joyas para que brillara como Luna ya que la tía Venus era un astro opaco y a parte odiaba a los niños; ella prefería los lujos mundanos. Pero no les bastó con eso, querían ser mejores que Tierra y la envidiaban de tal manera que, en el momento en que las órbitas de los dos hermanos se acercaron, estos conspiraron para que Tierra muriera de alguna manera, no importaba si eso tardara mucho tiempo; Marte y Venus querían observar un sufrimiento real y amargo en el alma de su angelical y odiada hermanita Tierra.
Así fue como a Venus, la hija de Sol con la más inteligente malicia, se le ocurrió ir a pedirle al Creador, que aunque sabiendo terminada su obra al quinto día que diera inicio, le concediera a Tierra un último don para que todo estuviera “perfecto” antes de que Él se retirase a descansar.
Dios vio que la luz era buena y la separó de Tinieblas. Luego Dios dio un hijo a Día para que fuera la lumbrera mayor que señorease en la luz y lo llamaron Sol. Era hermoso, su presencia demostraba poder y autoridad, y brillaba tanto que Día pensó que se quedaría ciego al admirarlo, además, Sol tendría la obligación de permanecer siempre cerca de su padre y por eso fue que se le creó un pequeño espacio dentro de la inmensidad de Día para que alumbrase su brillante claridad. Sin embargo, Sol y Tinieblas andaban de un lado para otro; siempre persiguiéndose, en una sucesión de luz y obscuridad que podía volver loco a Dios, entonces decidió crear el tiempo que diera lugar a las estaciones, los día y los años. Y así fue como Sol y Tinieblas se enamoraron y decidieron girar en un movimiento cíclico por toda la eternidad, pero a Sol le preocupaba el hecho de no tener descendencia, de no tener a nadie para que sintiera su calor paternal y entonces Dios decidió darles, a Sol y Tinieblas, nueve hijos, y los llamaron de diversas maneras según su forma y sus características particulares.
Al nacer la segunda hija de Sol, fue llamada Venus por su hermosura y encanto, pero tenía un carácter insoportable y era insólito verla sonreír, sus ojos reflejaban cierta malicia codiciosa de todo aquello “digno de ella” y un infinito deseo de comprender todo cuanto le rodeaba, además de un inmenso anhelo de Poder que bien era sabido imposible porque eso estaba reservado única y exclusivamente al creador. Sol trató de corregir a su hija pero Venus creció y se convirtió en un astro egoísta y ambicioso; era un caso perdido. Más al tener Sol a su tercer hija, que fue su consentida desde el momento que el Creador la concibió, no le importó dejar en descuido a sus demás hijos. Decidió llamarla Tierra, que era la prueba más obvia del amor desenfrenado que sentía por Tinieblas, y la llamó así por su color bronceado terracota que era producto del calor de su padre; y Dios vio que era buena y le concedió el don de ser la única hija de Sol capaz de dar vida propia, y le concedió el don de poseer en ella cuanto quisiera, además le dotó con la gracia y belleza de una diosa: le dio unos ojos tan azules como las aguas y le vistió de un verde tan hermoso como las plantas y le ordenó que girase por siempre alrededor de su padre en señal de gratitud por su calor y su amor. Pero Tierra, siendo buena y hermosa, tenía un pequeño e insignificante defecto, ella temía a la obscuridad de su madre Tinieblas pero no porque ella le diese miedo, sino porque en ese período que su padre no la alumbraba, Tierra no podía ver al Creador y eso la desesperaba, la llenaba de angustia y sentía que podría no volver a ver a su padre Sol, pero lo que más le aterraba era el hecho de quedarse sola tanto tiempo.
Más Dios, el fundador de todo aquello que ahora contemplaba desde un no muy lejano lugar, que era sabio y consentidor con sus figuras celestiales, le concedió a Tierra su deseo de no permanecer más tiempo sola y por eso le otorgó a una niña preciosa, una niña incluso más bella que su madre Tierra, una niña que deslumbraba por sus destellos de plata y su murmullo era como el susurro suave de la seda, su luz blanca y fría como la nieve, acompañaría a Tierra por las noches cuando ella no pudiera dormir y sintiera la ausencia de su padre Sol, pero la hermosa niña no podría permanecer por siempre al lado de su madre porque su labor en la Creación sería la de señorear (al igual que su abuelo Sol) como lumbrera menor, la negra obscuridad de la abuela Tinieblas. Y Dios vio que era buena y la llamó Luna. Tierra amó a su hija como no lo hiciera nunca con sus padres, era un amor especial y era correspondido por la niña, aunque ésta lloraba por no poder quedarse con su madre todo el día y en vez tener que acompañar a la sabia abuela por un recorrido celestial. Y lloraba lágrimas tan brillantes como sus destellos plateados y aquellas lágrimas se veían extremadamente luminosas al caer sobre el regazo de Tierra y a Dios este asombrador acontecimiento lo conmovió, por lo que decidió llamar a las lucecillas en forma de lágrimas con el nombre de estrellas y dejó que Luna (siempre en completa vigilancia de Tinieblas) permaneciese todo el tiempo girando alrededor de su madre para que no volvieran a sufrir. Y a Tierra le encantó la idea y giraba de gusto al ver lo bueno que había sido el Padre de los cielos con todos ellos, al ver que había dado gusto a todos sus deseos y de que todos se movieran en un perfectísimo ciclo de gozo y belleza.
Tierra era sin embargo, la más bella de todos los hijos de Sol y por eso era envidiada por algunos de sus hermanos más próximos como Marte y Venus que trataban de agradarle de igual forma a su padres Sol y Tinieblas y sobre todo al Creador; pero no lo conseguían, sobre todo, anhelaban tener descendencia al igual que Tierra, y Dios tratando de complacerlos a todos, les ofreció un regalo a cada uno para demostrar su amor equitativo: A Marte dos hijos, Fobos y Deimos, que resultaron ser un par de desgraciados con su padre y a Venus le obsequió joyas para que brillara como Luna ya que la tía Venus era un astro opaco y a parte odiaba a los niños; ella prefería los lujos mundanos. Pero no les bastó con eso, querían ser mejores que Tierra y la envidiaban de tal manera que, en el momento en que las órbitas de los dos hermanos se acercaron, estos conspiraron para que Tierra muriera de alguna manera, no importaba si eso tardara mucho tiempo; Marte y Venus querían observar un sufrimiento real y amargo en el alma de su angelical y odiada hermanita Tierra.
Así fue como a Venus, la hija de Sol con la más inteligente malicia, se le ocurrió ir a pedirle al Creador, que aunque sabiendo terminada su obra al quinto día que diera inicio, le concediera a Tierra un último don para que todo estuviera “perfecto” antes de que Él se retirase a descansar.
-Señor, Creador y Padre de todos nosotros - empezó Venus con sus sutiles palabras encantadoramente falsas - vengo a pedirte un insignificante favor porque has de saber que amo con locura a mi hermana menor Tierra y quisiera que ella lo tuviera todo para que tu magnífica obra estuviera realmente perfecta. ¡Oh Todopoderoso padre! - prosiguió audazmente Venus - permítenos, a mí y a mi hermano Marte, darle algo a Tierra que ninguno de tus seres tenga, permítenos moldear con el barro de nuestros vestidos, dos criaturas que sean de tu inteligencia y hechos a tu semejanza, que esos dos seres sean para Tierra el corazón; el centro de su alma. Que gobiernen sobre ella y que hagan fructífera su existencia. Es todo lo que os pido mi Señor, dos regalos a Tierra para demostrar el amor que nos has infundado Tú.
Después de un breve instante en el cual meditó Dios acerca de la propuesta de Venus y Marte, sonrió y le pareció bueno y decidió llamar a esos dos seres como humanos: hombre de Marte y mujer de Venus, al entregárselos a Tierra, Sol guardó silencio de sus pensamientos ya que pensaba que aquellos dos hijos suyos, frívolos y ambiciosos, no querían nada bueno para su hermana, pero no se atrevió a decir nada a Dios y se limitó a esperar.
Acomodó pues a los dos seres creados a su imagen y semejanza, hombre y mujer, en el Paraíso y los llamó Adán y Eva. El paraíso era un huerto lleno de maravillas y afrodisiacos en el centro de Tierra al que llamó Edén; un lugar en donde las copas de los árboles estaban bañadas por la luz de la hermosa Luna y, al agitarse, las hojas de los miles de árboles distintos en esplendor y belleza, parecían lanzar destellos de plata. Más allá de los jardines y la hierba, el mar, una llanura de luz blanca casi inmóvil, se agitaba dulcemente. Las columnas de enredaderas que cercaban en paradisiaco huerto, lucían como alabastro al acariciarlas de vez en cuando la luz de alguna gigantesca antorcha que pasaba ante ellas dejando una sombra ardiente. No había más sonidos que el ruiseñor y el viento, el murmurar de las bestias y el mar, y el susurro de las hojas al ser acariciadas por las trémulas manos del viento. Desde ahí abajo, el hombre y la mujer veían a Sol y Luna, situados en polos opuestos en lo más alto del cielo, eran como unas enormes esferas luminosas recortadas contra la claridad de Día y la negrura de Tinieblas respectivamente. . . Entonces, viendo Dios que en el sexto día de su creación todo estaba más que perfecto, esbozó una alegre sonrisa y se dijo a sí mismo "Por fin, he terminado. Es tiempo de descansar", fue y se postró, al séptimo día, en la nube más alta de los Cielos para dar paso al curso del inevitable destino que ahora tendrían que lidiar sus criaturas; y Dios al fin durmió.
Mientras tanto, Tierra lidiaba con un problema en lo más profundo de su ser; veía que los hombres se multiplicaban y observaban con codicia las maravillas que ella poseía, pero era tarde ya para molestar al Creador porque este no iba a interceder más por sus hijos, además, Adán era hijo de su adorado hermano Marte y Eva era hija de su extraña pero también querida hermana mayor Venus, por lo tanto eran parte de la creación como ella y tenía que aceptarlos y quererlos como si fueran hijos suyos al igual que Luna. . .
El tiempo se arrastró con lentitud, la creación de Dios se desarrolló y en Tierra ya nada era tan bello como al principio; el hombre la estaba destruyendo y esto tenía preocupados a todos los astros que ocupaban su respectivo espacio en la bóveda celeste, pero a la que más afectaba era a Luna, porque veía el catastrófico avance de su madre Tierra y temía por ella. Así pues, Luna decidió consultar con su sabio abuelo Sol - puesto que era de dominio público que estaba prohibido molestar la paz de Dios - y pedirle consejo para ver que podían hacer para ayudar a Tierra que tenía dentro de sí a toda la descendencia de la maldad en su seno.
Luna esperó hasta el próximo eclipse de Sol que se diera lugar en el espacio para poder hablar a solas con el anciano abuelo.
- !Ay abuelo Sol! estoy muy afligida - dijo Luna con alivio al poder abrazar a su abuelo después de tanto tiempo de no verse.
- Cuéntamelo todo niña de mis ojos - contestó el brillante astro mientras acercaba a su nieta acariciándole los destellos plateados que se entrelazaban con sus propios rayos dorados.
- !Es mamá, se. . .se. . . se está muriendo!
- ¿Qué motivos tienes para asegurar eso mi niña? - respondió el fulgurante Sol un poco angustiado por el temor que reflejaban los ojos de la hermosa Luna.
- !Es que es más que obvio abuelo! - dijo mientras se le formaba un nudo que le oprimía las palabras hasta dejarla casi sin voz - Esos seres inmundos que Marte y Venus implantaron en mi madre la han corrompido y destruido desde que nuestro Dios los desterró del Edén por comer del árbol prohibido. El hombre y la mujer - prosiguió Luna - han ido desfigurando a mi adorada madre hasta dejarla irreconocible, le han desgarrado sus magníficas y bellas vestiduras verdes, han llenado sus ojos azules, que antaño fueron bellos, de desperdicios y los han vuelto grises, al igual que han creado una capa de no se qué cosa que la rodea por todos lados y su belleza no brilla más gracias al efecto que tus rayos producían en ella. La han marchitado, la han lastimado desde lo más profundo; su piel ya no es tersa y poco a poco se desmorona en temblores repentinos que devastan partes cruciales de su ser; sus ojos lloran ríos de basura, contaminación y otros desechos humanos; sus venas se han ramificado al máximo y ahora, paulatinamente, explotan en cauces de algo que los humanos llaman “embotellamientos de tránsito”; le hacen cosas indescriptibles. . . la queman, la torturan . . ¡te juro que la matan! y yo. . . desde arriba. . . no puedo hacer nada más que observar y no la quiero perder; ¡no la puedo perder! - Y Luna no pudo continuar porque rompió a llorar como nunca lo había hecho. Desde tiempos de la Creación, no había vuelto a sentir el dolor de estar lejos de su madre, pero ahora podría morir y no volver a verla jamás.
El abuelo Sol estaba triste también por la inminente destrucción de su hija favorita, pero todos habían recibido la orden estricta de no perturbar al Creador por ninguna circunstancia ya que todo lo que ocurriera después de la obra divina, no era sino problema de los demás. Así que con toda su sabiduría y su experiencia a través de los siglos, Sol no tuvo más remedio que sostener entre sus brazos a la pequeña y frágil Luna y consolar su hermoso llanto de estrellas mientras Venus y Marte se carcajeaban a sus espaldas, hasta el punto de casi ahogarse con su propia risa, de ver por fin y después de tanto tiempo, su malévolo plan hecho realidad y pronto consumado hasta las entrañas.
En otro lugar del inmenso universo, se encontraba Tierra delirante y a punto de desfallecer, mientras que dentro de ella, uno de los descendientes de Adán y Eva miraba por un telescopio hacia la negrura que ofrecía Tinieblas en esos instantes y, como por arte de magia, unas lucecillas hemosísimas provenientes aparentemente de la Luna, caían sobre la bóveda celeste y se esparcían formando unos charcos inmensamente resplandecientes de una luminosidad increíble y brillantes en la obscuridad de la noche y, al ver que no desaparecían, las empezó a nombrar como estrellas: primero por su intensidad, luego por su posición y posteriormente dio el nombre de constelaciones a la acumulación de estrellas que tomaban un sin fin de formas diversas y el hombre comunicó a la humanidad entera que ese era un milagro creado por Dios y las admiraron y veneraron pensando que se trataba de un fenómeno e intentaron buscar una explicación “lógica y científica” a tal acontecimiento nunca antes visto, sin saber que lo que ocasionaba el resplandor en la noche no era un fenómeno físico ni mucho menos; era Luna que lloraba amargamente, sobre el regazo de su abuelo Sol, una Crema de Estrellas por la inminente destrucción de su amada madre Tierra.
Comentarios
me encantan las efimerias. (y las enfermerias tambien..)
que escándalo...
Astrompeta
Atte: tu gruppie no. 2
alguien me la mandó...
hugo en donde tiene una foto de huracán?